Bajo las ramas de los udalas by Chinelo Okparanta

Bajo las ramas de los udalas by Chinelo Okparanta

autor:Chinelo Okparanta
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788417263898
editor: Baile del Sol
publicado: 2020-09-15T00:00:00+00:00


40

Un día durante ese curso, fui más allá del río, donde las rocas se alzaban como colinas y los bananos crecían altos. Detrás de las rocas discurría un sendero estrecho. Un puente de cuerda conducía a más bananos y, entre estos, algunas plantas de banano. Me detuve a la entrada del puente, en aquella zona del bosque donde colgaban corazones de banano, flores púrpura que pendían de tallos recios. A lo lejos bullían los aulácodos y demás animales. A pocos pasos delante de mí, el suelo se hundía bruscamente formando un barranco profundo y angosto y muy rocoso. Me quedé allí preguntándome si ella vendría a por mí si moría despeñada.

Era día de visita. El sol había empezado a ponerse cuando regresé al internado y, al llegar al dormitorio, me encontré con que la fiesta que había tratado de evitar aún no había terminado. En el porche sonaba la música, como era habitual durante las visitas. Los chicos y las chicas se dejaban llevar por la música, sus brazos y caderas ondeaban como prolongaciones del compás.

Me abrí camino como pude entre el primer grupo de estudiantes con el que me topé, a pocos pasos del edificio. Atravesé el porche apresuradamente y allí, junto a la puerta, fue donde me la encontré. Nunca la había visto maquillada hasta ese día. Tenía los labios pintados de rojo y los ojos delineados con lápiz negro. No muy lejos de ella entreví a Ugochi con un grupo de chicas. Allí estaba Amina, con una blusa de encaje que dejaba expuestos los hombros. Una falda ajustada y sandalias de lentejuelas. Unos pendientes que nunca le había visto. Colgaban pesados como lágrimas, la parte inferior más gruesa. Hubiera bastado con darles la vuelta y el extremo fino y puntiagudo se habría convertido en un objeto punzante como la punta de un cuchillo. Allí estaba Amina, que se había puesto guapa aunque ya lo fuera.

Me le acerqué. Parecía completamente ajena a mi presencia. Le vi pasar los brazos por los hombros de un chico, que, a su vez, le puso los brazos alrededor del talle.

Le di una palmadita en el hombro, pero debió de ser muy débil, porque se inclinó hacia el chico y sus cabezas se encontraron. Temiendo que los labios les siguieran, la ceñí a mi vez por la cintura y la atraje hacia mí. Exhalaba una fragancia dulce y floral similar al perfume de las rosas.

Me miró a la cara, estupefacta. El chico volvió a enlazarla como si no hubiera reparado en mí. Ella se volvió hacia él.

—Amina —le dije con voz monótona y seca.

Se dio la vuelta.

—Lo siento —su voz parecía más pesarosa que su mirada. Lo repitió—: Lo siento.

Y lo repitió otra vez. Si sus disculpas hubieran sido carne, me habría dado para preparar una cazuela entera de sopa.

Ignoro si al final se besaron o no; no me quedé para verlo.



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